Visita los lugares clave en los que se vivió el Levantamiento del 2 de Mayo


Conoce cuáles fueron los motivos que impulsaron al pueblo madrileño a levantarse en armas contra los franceses durante el 2 de mayo de 1808 y descubre los rincones de la región que fueron escenario de estos hechos históricos
Todo madrileño reconoce en un instante la imagen mostrada más arriba. Pertenece a El 3 de mayo en Madrid (1814), una de las obras artísticas más conocidas del pintor español Francisco José de Goya y Lucientes (1746-1828).
Comparte con su hermana gemela, El 2 de mayo de 1808 (1814), el honor de retratar los inicios de uno de los acontecimientos más importantes de la historia contemporánea de España: el Levantamiento del 2 de Mayo.
Teniendo en cuenta que este año se cumple su 215 aniversario, desde El Resurgir de Madrid os animamos a conocer los lugares donde se produjeron los hechos que dieron comienzo a la guerra de la Independencia Española (1808-1814).
Antecedentes
El siglo XIX fue un periodo de enorme complejidad para España. Doscientos años antes, era una de las naciones más poderosas y ricas del mundo, pero una serie ininterrumpida de crisis políticas, económicas y sociales la habían llevado a una situación de marginación, bancarrota y atraso respecto a los demás países europeos.
El último de los Austrias menores, el rey Carlos II el Hechizado (1665-1700), falleció a principios del siglo XVIII sin haber engendrado descendientes directos. Aun así, dejó dispuesto que su sobrino nieto Felipe de Anjou, nieto del rey Luis XIV de Francia, fuera nombrado su heredero.
De este modo, la Casa de Borbón pasó a controlar el todavía extenso Imperio español, cuyos territorios solo empezarían a independizarse tras el Levantamiento del 2 de Mayo y durante la guerra de la Independencia Española.
La nueva dinastía centró sus esfuerzos en construir un sistema monárquico absolutista centralista y en aplicar medidas que pusieran fin a la decadencia de la potencia imperial española. En especial, los monarcas Fernando VI (1746-1759) y Carlos III (1759-1788) ejecutaron políticas reformistas inspiradas en los principios de la Ilustración.


El rey Carlos III fue el máximo exponente español de la figura del déspota ilustrado. / Museo del Prado
Así lo explica el prestigioso historiador armenio Alexander Mikaberidze en su libro Las guerras Napoleónicas: Una historia global (2022). Los 27 millones de personas que habitaban los territorios controlados por España «disfrutaban de una prosperidad sin precedentes gracias a la relajación de las restricciones comerciales durante el reinado de Carlos III».
Tras su muerte, le sucedió un hijo con su mismo nombre. «Carlos IV, aunque pleno de buenas intenciones, carecía del intelecto y de la fuerza de voluntad necesarias para continuar el legado de su padre y encargarse del gobierno», afirma Mikaberidze.
Y a pesar de esta falta de habilidades, el nuevo monarca tuvo que enfrentarse, poco después de acceder al poder, a la Revolución francesa (1789) y sus consecuencias.
Europa hacia la guerra
Al producirse el estallido de la rebelión liberal en el país vecino, el régimen absolutista español cerró sus fronteras para aislar a sus ciudadanos de las ‘amenazantes’ ideas extranjeras y revertió todas las medidas reformistas. Pero esta férrea clausura no conseguiría aislar a España de la complicada situación internacional-
Durante los siguientes cuatro años, las restantes potencias europeas se alinearon poco a poco contra el nuevo régimen francés e intentaron conspirar con el rey Luis XVI para que este pudiera volver a ejercer los mismos poderes que antes de la Revolución francesa. Pero fue descubierto, depuesto, juzgado y, al fin, ejecutado el 21 de enero de 1793.
Como consecuencia, España le declaró la guerra a París, aunque cambió su posicionamiento «en 1796 al unirse a la contienda de Francia contra Gran Bretaña», asevera Mikaberidze. Los cálculos que el rey español y sus ministros habían hecho al romper sus anteriores alianzas se demostraron erróneos cuando la Armada británica derrotó a las fuerzas navales francoespañolas y bloqueó los puertos hispanos.
Los ingleses también fomentaron la desestabilización de la autoridad de su nuevo rival en las colonias americanas, las cuales aprovecharían el caos provocado en la metrópolis por los sucesos del 2 de mayo en Madrid y el inicio de la guerra de la Independencia Española para desligarse del Imperio.
El noble e hispano arte de la espera
Mientras tanto, en la península ibérica, Carlos IV «dejaba la responsabilidad del Gobierno en manos de sus ministros —el conde de Floridablanca, el conde de Aranda y Manuel de Godoy y Álvarez de Faria—, que habían tratado, con gran esfuerzo, de resolver los crecientes problemas económicos, sociales y políticos de España», cuenta Mikaberidze en Las guerras Napoleónicas: Una historia global.
Los hombres de confianza del rey buscaban reforzar el poder de la monarquía en detrimento del de la nobleza y la Iglesia, que poseían casi dos tercios de las tierras del país y mostraban poco interés en mejorar sus explotaciones agrícolas. Este hecho, junto con los continuos reveses de las campañas militares y ciertos desastres naturales, propició un fuerte estancamiento económico.
El pueblo sufría numerosas penurias y enfocó su resentimiento «en la persona de Godoy, un vástago de la pequeña nobleza que había hecho una carrera notable en la corte», aclara Mikaberidze. Se rumoreaba que era amante de la reina, y no contaba con el apoyo de las élites conservadoras del país porque intentaba imponer medidas reformistas.


Los restos del palacio de Manuel Godoy en la calle Bailén se encuentran próximos a la residencia real. / Ayuntamiento de Madrid
Según el autor de Las guerras Napoleónicas: Una historia global, el ministro «no tenía la educación ni la experiencia política o administrativa necesarias» para gobernar, y sus decisiones equivocadas «habían perjudicado gravemente al reino», que quedó subordinado a los intereses franceses.
La estela de Napoleón
En los últimos años del siglo XVIII, un pequeño oficial corso del Cuerpo de Artillería francés llamado Napoleón Bonaparte fue ascendido a comandante de las tropas galas que combatían a los austriacos en Italia.
Después de llevarlas a la victoria, convenció al Gobierno de la I República para organizar con ellas una expedición al Egipto mameluco (1798-1801) cuyos objetivos militares fracasaron, pero por la cual obtuvo una enorme popularidad. Así fue como llegó a convertirse en cónsul y, más tarde, en emperador de Francia.
Ya como gobernante, obtuvo una breve paz con Gran Bretaña, pero volvió a combatir contra ella en 1803. Los cuatro años siguientes los utilizaría para consolidar su poder sobre el continente derrotando a las monarquías absolutistas de Austria, Prusia y Ruisa, que se habían coaligado con Londres para intentar frenar a Bonaparte.
«En 1806, durante la campaña de Napoleón contra Prusia, Godoy, al llegar a pensar que los prusianos vencerían, emprendió un torpe intento de reafirmar la soberanía de España ante Francia», relata el historiador. Pero la esperanza de que los españoles se volvieran contra sus vecinos se disipó tras la victoria francesa en la batalla de Jena (1806).
El ministro practicó entonces un giro en dirección contraria y, para no incurrir en la ira del emperador francés, despachó algunas de las mejores tropas españolas a la región del Báltico para que combatieran en apoyo de los galos contra sus enemigos suecos.
La invasión de Portugal
El Levantamiento del 2 de Mayo y el comienzo de la guerra de la Independencia Española se produjeron dos años después de estos hechos. En el verano de 1807, Napoleón empezó a acariciar la idea de invadir Portugal para cerrar por completo las costas europeas al comercio británico y conseguir su excelente flota militar.
Para ello, necesitaba el consentimiento de los españoles, con los que acordó repartirse los territorios lusos en el Tratado de Fontainebleau (1807).
Las tropas francesas cruzaron la frontera pirenaica, avanzaron por los territorios españoles y tomaron Portugal con facilidad, pero la reina María I (1777-1816), el príncipe regente Juan VI y el Gobierno luso huyeron a Brasil con todos sus barcos de guerra y el Tesoro real intactos.
El Ejército napoleónico, en su paso por España, dejó importantes guarniciones en «San Sebastián, Figueras, Pamplona y Barcelona», y extendió varios cuerpos militares adicionales por Navarra, Vizcaya y Castilla la Vieja. Estas acciones debían haber preocupado bastante a Carlos IV y sus ministros, pero las ignoraron.
Un imperio que conquistar
En el otoño de 1807, la situación de España había llegado a un punto de inflexión. «La desilusión popular era generalizada, después de que las políticas económicas, administrativas y militares del Gobierno le hubieran alienado muchos apoyos. El Ejército real español estaba mal equipado y entrenado, y sus mejores soldados iban camino del norte de Alemania», explica Mikaberidze.
Las intrigas cortesanas solo la complicaban más. De hecho, «sirvieron de trasfondo imprescindible para la intervención francesa». Napoleón no era idiota, y sabía que su aliado contaba con unas ingentes riquezas monetarias, territoriales y humanas que ya no era capaz de utilizar ni de proteger.
Él, en cambio, podía usarlas para ganar la contienda contra Gran Bretaña, y esta fue una de las razones que le llevaron a invadir España y que provocaron la rebelión del 2 de mayo en Madrid.


La plaza Mayor fue uno de los escenarios del levantamiento popular. / ERM
Como decíamos hace unas líneas, la división entre sus propios dirigentes se lo facilitó. Los liberales, contagiados por las ideas de la Revolución francesa, «insistían en la necesidad de emprender más reformas». Sus adversarios absolutistas, encabezados por uno de los hijos de Carlos IV, el príncipe Fernando, se oponían a ellas.
Y Godoy se encontraba entre ambos bandos, pero todos, exceptuando a Carlos IV y a su esposa, le despreciaban y querían deponerle de su cargo.
«Los partidarios de Fernando esperaban aprovechar la inestabilidad del momento para garantizar la sucesión de su figurón», asevera Mikaberidze. Algunos participaron en negociaciones secretas con el embajador francés, y el propio heredero llegó a escribir varias cartas adulatorias al emperador corso denunciando las políticas de Godoy. Pero a este le llegaron rumores de una posible conspiración y obró en consecuencia.
Los Borbones se dividen
«El 27 de octubre, después de un sonado enfrentamiento en el palacio real de El Escorial, Carlos IV acusó a su hijo de conspirar para destronarlo y asesinar a su madre y a Godoy», explica el historiador armenio.
El rey ordenó poner a Fernando bajo arresto, pero esta medida solo sirvió para aumentar la popularidad del heredero y socavar la ya de por sí precaria posición del ministro.
La conocida como conjura de El Escorial mostró la debilidad de la monarquía española y espoleó de forma definitiva la actuación de Napoleón.


Un grupo de personas visitan la residencia real en El Escorial. / ERM
El 16 de febrero de 1808, «reveló formalmente su plan de intervenir en el reino borbónico con el anuncio de que Francia, como aliado de España, no podía ignorar lo que estaba sucediendo en la corte española y estaba obligada a mediar entre las facciones políticas rivales. Cuatro días más tarde, Napoleón nombraba a su cuñado Joaquín Murat ‘lugarteniente del emperador en España’ y le encomendaba el mando de la operación».
El mariscal francés entró en el país el 10 de marzo, y avanzó con rapidez hacia Madrid. El Gobierno español no respondió de manera agresiva. Todavía a primeros de abril, Carlos IV intentaba tranquilizar al pueblo explicándole que las intenciones de «mi caro aliado el emperador de los franceses» no eran de temer. A pesar de ello, preocupado por los acontecimientos, dejó la capital y se dirigió con la corte a Aranjuez.
Las noticias de la invasión francesa provocaron un levantamiento popular contra Godoy, a quien se acusaba de haber llevado el reino a la ruina y habérselo entregado a Napoleón. Además, se rumoreaba que el ministro pretendía evacuar a la familia real a Andalucía o las islas Baleares. Incluso a la América española, si era necesario.
«La tarde del 17 de marzo, una turba de soldados, campesinos y vecinos se congregó en Aranjuez para evitar la huida de la realeza. Poco después de medianoche, en un ambiente enfervorizado, el pueblo asaltó la residencia de Godoy y la saqueó, furioso por no hallar al ministro, que se había escondido en el ático dentro de una estera enrollada», escribe Mikaberidze.
De Aranjuez a Bayona
Estos sucesos aterrorizaron a la pareja real española porque les recordaban a los ‘grandes días’ de la Revolución francesa. La reina demandó al príncipe Fernando que calmara a la muchedumbre, y este aprovechó la situación para anunciar que Godoy había sido depuesto y desterrado de la corte.
Cuando la sed y el hambre obligaron a este a salir de su escondite, fue capturado y golpeado por la muchedumbre. Casi quedó ciego de un ojo, pero su némesis le rescató del intento de linchamiento y fue encarcelado en el castillo de Villaviciosa de Odón.
El heredero al trono les dijo a sus padres que solo podía garantizar su seguridad personal y la vida del ministro si Carlos IV abdicaba de manera inmediata. El rey, rodeado por una multitud de amotinados, se vio obligado a hacerlo.
Pero, mientras Fernando era aclamado como nuevo monarca, se aseguraba la lealtad de las tropas y viajaba hasta un Madrid ocupado por los soldados de Murat, su progenitor escribía a Napoleón en secreto para negar la validez de la renuncia.
El emperador francés decidió sacar partido de esta nueva situación política e invitó a padre e hijo a acudir a una conferencia en la ciudad francesa de Bayona con el ‘objetivo’ de resolver sus diferencias.
Una vez allí, fueron retenidos y obligados a abdicar en favor del hermano mayor de Napoleón: José. «Después de que les fuera birlado el reino, fueron trasladados a lugares distintos —Fernando a Valencey y Carlos IV primero a Compiègne y, más tarde, a Marsella—, donde permanecieron hasta el final de las Guerras Napoleónicas», narra el experto armenio.
A las puertas del Palacio Real
Según los expertos de la Real Academia de la Historia (RAH), con Carlos IV y el futuro Fernando VII entretenidos en Bayona, el mariscal Murat quiso trasladar a los dos únicos miembros de la familia real que permanecían en Madrid, los infantes María Luisa y Francisco de Paula, a Francia.
Este hecho fue el que provocó el Levantamiento del 2 de Mayo. Muchos madrileños sospechaban las intenciones del oficial militar francés, por lo que acudieron a los alrededores del Palacio Real. La infanta salió sin problemas del edificio y montó en un carruaje que la llevaría hasta el exilio con sus padres.
Pero, cuando otro vehículo paró ante la entrada de la morada borbónica para recoger al infante, el cerrajero José Blas de Molina gritó: «¡Traición! ¡Nos han quitado a nuestro rey y quieren llevarse a todos los miembros de la familia real! ¡Muerte a los franceses!». Y el pueblo de Madrid inició un asalto contra la residencia de los monarcas.
Un batallón de granaderos galos disolvió a la muchedumbre apostada ante el palacio, aunque, para entonces, gran parte de los habitantes de la capital ya se habían unido a la sublevación contra los ocupantes.
El ayudante de campo de Murat, el general Marie Joseph Thomas Rossetti, acompañado por una escolta integrada por dos escuadrones de cazadores y un pelotón de cuarenta mamelucos, acudió en auxilio de la guarnición que protegía la sede real a través de la carrera de San Jerónimo.


La caballería mameluca carga contra los rebeldes madrileños en la Puerta del Sol. / ERM
Para atravesar el apelotonamiento de gente que se había formado en la Puerta del Sol y penetrar en la calle Mayor, tuvieron que realizar tres cargas contra la muchedumbre, las cuales se reflejan en El 2 de mayo de 1808.
La plaza Mayor
Mientras tanto, 56 presos de la Real Cárcel de la Corte, situada cerca de la iglesia de la Santa Cruz, salieron de sus celdas para combatir a los franceses bajo juramento de regreso. Se dirigieron a la plaza Mayor, sorprendiendo y rindiendo al destacamento de artillería enemigo que la guardaba.
A la mañana siguiente, cumpliendo lo prometido, regresaron a la prisión. Solo faltaban tres hombres: uno se encontraba herido de gravedad y estaba siendo atendido en un hospital, otro había muerto en la lucha y el tercero había desaparecido.
Más al norte, en el cuartel de Monteleón, los capitanes del Ejército español Luis Daoiz y Pedro Velarde, junto con el teniente Jacinto Ruiz y un puñado de voluntarios madrileños, también se rebelaron y resistieron hasta la muerte los ataques de las tropas de Murat.
En cambio, al sur, los casi 1.000 coraceros del 2º Cuerpo de Observación de la Gironda del general Dupont entraron a la ciudad por el barrio de la Latina después de combatir contra un grupo de hombres y mujeres provenientes de Lavapiés, el Rastro y La Paloma.
Los fusilamientos del 2 de mayo
Más refuerzos franceses comenzaron a introducirse en Madrid por las puertas de Segovia, Toledo, San Vicente y Fuencarral, y se agruparon en torno a la plaza Mayor, la de Antón Martín y la de Santa Cruz junto con los que marchaban desde la carrera de San Jerónimo.
Tras enlazar los unos con los otros, pudieron sofocar el levantamiento popular madrileño en unas horas. Asegurado su control sobre las calles, los mandos del Ejército napoleónico ordenaron la ejecución inmediata de los rebeldes que habían podido detener. Ese mismo día, se realizaron los conocidos fusilamientos del 2 de mayo en el paseo del Prado, la Puerta de Alcalá, la Cibeles y Recoletos.
43 arrestados más fueron ajusticiados en la montaña del Príncipe Pío durante la madrugada del 3 de mayo. Este acontecimiento, como explicábamos al principio del artículo, también fue plasmado por Goya en uno de sus más emblemáticos lienzos. Una semana después, sus cadáveres fueron trasladados y enterrados en secreto en el cercano camposanto de La Florida.
El bando de resistencia de Móstoles
El Levantamiento del 2 de Mayo no solo tuvo consecuencias a nivel local. Mientras los franceses contenían la rebelión en la propia capital, los alcaldes de Móstoles, Andrés Torrejón y Simón Hernández, firmaron el famoso bando que alentaba al pueblo español a tomar las armas contra los invasores napoleónicos.


El bando original en el que los alcaldes de Móstoles llamaban a la resistencia contra los franceses. / ERM
Las disposiciones tomadas por los líderes mostoleños y su homólogo en la población de Navalcarnero permitieron que las noticias se extendieran con rapidez por Extremadura y Andalucía. Además, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército Real, que en aquel momento tenía su sede en Alcalá de Henares, decidió fugarse de la capital y unirse a las tropas que se aprestaban a defender Valencia de las fuerzas imperiales.
El comienzo de un largo conflicto
Los historiadores de la RAH afirman que la cifra de muertos y heridos durante el Levantamiento del 2 de Mayo asciende hasta las 278 personas. A pesar de ello, la revuelta popular impulsó el inicio de la guerra de la Independencia Española.
Esta terminaría seis años más tarde con la retirada de los ejércitos franceses de la península ibérica, ante el lento pero inexorable empuje de una fuerza integrada por españoles, británicos y portugueses bajo el mando del duque de Wellington, uno de los pocos hombres que fue capaz de derrotar a Napoleón en el campo de batalla.
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