Javier Pérez Campos: «El fantasma de un niño es un espejo en el que vemos reflejada nuestra propia fugacidad»

JAVIER PÉREZ CAMPOS

Periodista y escritor

Javier Pérez Campos Immaturi Los Inocentes entrevistaJavier Pérez Campos acaba de publica 'Immaturi: Los Inocentes'. / Bárbara Garrote-ERM

Javier Pérez Campos es periodista y escritor, y reportero del mítico programa de televisión Cuarto Milenio. Acaba de publicar su nuevo libro, Immaturi: Los inocentes (Planeta) en el que profundiza sobre los inocentes, los niños muertos antes de tiempo. Un trabajo tras el que hay mucha investigación y en el que explora algunos de los casos más notorios de apariciones y fenómenos inexplicados en torno a historias de niños.

Acabas de publicar un libro, Immaturi: Los Inocentes, ¿el sexto? 

Sí, pues ya he perdido la cuenta, tendría que sumar [ríe]. Pero sí, sí, sería el sexto. Para mí es una maravilla poder dedicarme a escribir libros, que es algo que siempre soñé, desde pequeño. Escribir libros además sobre misterio, porque yo empecé leyendo los libros de Iker Jiménez y de investigadores que para mí son míticos. De alguna manera, estos libros son una reacción a todo eso que yo leí, a todo eso que me gustaba leer, y yo escribo los libros que a mí me gustaría haber leído cuando era niño. Y en el fondo son libros en los que el protagonista cuenta sus propias aventuras.

O sea, que ese sueño de niño se hace realidad.

Sí, y es una historia muy bonita, una historia un poco circular que es la de cómo un niño de 12 años se enamora del oficio del periodista que cuenta cosas extrañas gracias a un libro y termina después escribiendo sus propias aventuras, sus propios viajes.

«En mis libros el arquetipo del fantasma me sirve como motor para explicar mi viaje personal»

Se cierra el círculo, ¿no?

Claro, y de alguna manera son libros que aúnan todo lo que a mí me interesa, porque a mí me interesa el cine, la cultura, el arte, la antropología, la historia, la literatura… Son libros en los que hablo de muchas cosas, en los que la imagen y el arquetipo del fantasma me sirve como motor para explicar y para expandirme en todas esas materias que a mí me fascinan. Son libros que muestran un poco mi viaje, un viaje personal.

Porque Immaturi: Los Inocentes, es un libro de fantasmas. ¿Lo podríamos decir así? Además fantasmas, en este caso, de niños, ¿no?

Claro, digamos que hace tres años yo soy padre y justo en ese periodo de paternidad, yo empiezo a recibir un montón de casos, casualmente, de gente que dice haberse encontrado con fantasmas de niños. Y a mí esto siempre me había interesado porque la imagen del niño me parece icónica. Me parece una imagen que a nivel cultural ha estado presente en el cine, por ejemplo, con las gemelas de El resplandor o el niño que tira la pelota en Al final de la escalera.

Qué miedo daba, ¡era horrible!

Sí, es que son los que más miedo nos dan. Y es ahí cuando yo digo, «oye, tengo que empezar a investigar sobre este fenómeno».

Y, ¿por qué nos dan tanto miedo los fantasmas de niños?

Esa es la gran pregunta sobre la que pivota el libro: ¿por qué nos da tanto miedo el fantasma del niño? Porque, además, a nivel cultural no es algo moderno, es algo que se remonta a la antigua Roma, a la antigua Grecia e incluso a la Edad del Bronce, donde yo he encontrado sepulturas anómalas infantiles. Es decir, a los niños en la antigua Roma, por ejemplo, se les enterraba de manera distinta que a los adultos.

«El miedo es algo que nos hace sentir vivos»

¿Por temor a que pudieran volver?

Eso es, era una manera de alejarlos un poco más. Por ejemplo, en Baelo Claudia, en Cádiz, han aparecido sepulturas en las que había ánforas que contenían los restos de niños de muy corta edad, es decir, niños metidos dentro de ánforas, dentro de vasijas, enterrados incluso con clavos de gran tamaño. Esto se hacía para anclar el alma a la tierra, decían los romanos, para que no vuelvan. Porque el fantasma del niño era especialmente temido, incluso yo cuento algunos textos de la antigua Roma, donde los nigromantes usaban tablillas de maldición para convocar y para invocar a los espíritus de los niños, que eran los más agresivos, los más dañinos, porque no tenían un concepto claro sobre la muerte.

Al final, el fantasma del niño nos da un miedo muy particular, primero porque la muerte de un niño es lo más espantoso que nos puede suceder, lo más antinatural a nivel social, ¿no? Y cuando éramos pequeñas comunidades en la prehistoria, eso nos parecía algo terrible. Y segundo, porque el fantasma de un niño es como un espejo en el que vemos reflejada nuestra propia fugacidad. El fantasma del niño viene a decirnos que si él ha muerto a deshora tampoco tenemos la garantía ni la certeza de que habrá un mañana para nosotros. Yo creo que precisamente por eso es por lo que nos aterroriza y, a la vez, nos hace sentir vivos. Yo creo que el miedo es algo que nos hace sentir vivos.

Javier Pérez Campos Immaturi Los Inocentes entrevista libro

El autor es colaborador habitual de ‘Cuarto Milenio’. / Paola Gómez-ERM

‘Immaturi’, ¿es inmaduro?

Claro, el origen procede del latín, porque tiene que ver con los que morían antes de tiempo, los ‘immaturi’, que era como se denominaba a los niños que fallecían a edad temprana. Este es un término muy interesante y a mí me gusta mucho usar los términos originales que se usaban en el momento. Hay otro, por ejemplo, en la antigua Grecia, que era ‘aoroi’, que era la forma de designar también al que moría fuera de hora y que se aparecía también con especial fiereza. Hay otros términos muy interesantes como el de ‘in sepulti’, en la antigua Roma, que era el motivo principal por el que se aparecía el fantasma, por el hecho de que el cuerpo no había sido sepultado.

«En el libro cuento historias de niños que, en el fondo, no entienden lo que les ha ocurrido (la muerte) y están en un tránsito»

Yo desde mi profundo desconocimiento, pero como aficionado que soy de vuestros temas, tengo una hipótesis. ¿Puede ser que los niños se aparezcan más porque no han llegado a tener el tiempo suficiente en vida para pensar en la muerte?

Claro, llevas toda la razón. No saben lo que es la muerte realmente. Son niños perdidos, en ocasiones. Una de las hipótesis que nos sugieren es la del niño perdido, el niño que no entiende el concepto de la muerte o que ni siquiera entiende lo que es la muerte. En el libro cuento historias que tienen que ver precisamente con eso, con niños que, en el fondo, no entienden lo que les ha ocurrido y están en un tránsito y necesitan información y conocimiento sobre ello. Cuento el caso de un niño en Madrid, el capítulo se llama El niño de la iguana, y había una familia que decía ver un niño en su casa por las noches. Que venía correteando, como si estuviera jugando y se metía siempre en la misma habitación a mano derecha. Llamaron al Grupo Hepta, el grupo de investigación mítico.

Con el padre Pilón, ¿no?

Exacto, con el padre Pilón, el jesuíta, con Paloma Navarrete, que falleció hace unos años y le echamos mucho de menos. Paloma Navarrete, sensitiva, acude a la casa de esta familia de Madrid y ella, sin tener información previa, dice que hay un niño, que hay un niño muy claro. Que lo ve, que se mete siempre en esa habitación, al fondo de la derecha, y que le quiere enseñar algo. Y entonces Paloma le pregunta a la familia, “oye, ¿vosotros tenéis una iguana?”. La familia se queda con la cara pálida. Le preguntaron que cómo sabe que tienen una iguana, y ella contestó que es que el niño le está diciendo que va a esta casa porque le gusta ver la iguana, y ese era el motivo aparente por el que el niño se estaba manifestando. Porque estaba enamorado de la iguana.

¡Qué maravilla Paloma Navarrete!

Sí, Paloma Navarrete sacó cosas interesantísimas del Madrid antiguo. Por ejemplo, en el Museo Reina Sofía, donde ella tiene la enorme capacidad de decir en los sótanos del Museo Reina Sofía que hay gente emparedada. Y bueno, hay fotografías de esto, se empieza a picar las paredes y, efectivamente, aparecen cuerpos emparedados.

Y tú has sido protagonista en primera persona de aventuras con Paloma y ahora con Aldo Linares, personas sensitivas. Tu experiencia personal de estar con personas que tienen esta capacidad de percibir cosas que quizás los demás no vemos. ¿Cómo lo vives?

Sí, yo además la llevaba siempre engañada a Paloma, la pobre. Y me preguntaba, por lo menos dime si tengo que llevar un abrigo o si tengo que llevar unas botas de campo, porque una vez se plantó en Belchite, en un pueblo en ruinas, con unos tacones…

«Sensitivos como Paloma Navarrete o Aldo Linares han atinado a un nivel que solo cabe la posibilidad de que realmente estén viendo algo»

Era muy presumida, ¿no?

Sí lo era, sí, era muy presumida, es cierto. Y Aldo igual, le llevamos siempre como engañado. Entonces a mí lo primero que me llamó la atención de los dos es que son personas muy normales, totalmente normales. Y cuando hablas con ellos están a mil cosas, pero lo inquietante es cuando les ves hablar de eso, hablan de que hay alguien con nosotros con toda normalidad, también porque para ellos es normal porque lo han vivido como algo normal. Y digamos que no hay una pose, no hay un intento de impresionarte, sino que lo cuentan con toda normalidad.

Yo las primeras veces con Paloma Navarrete lo vivía un poco impresionado, porque yo veía a Paloma hablando a un punto de la casa donde yo no veía a nadie y empezaba a describir cosas que, de pronto, los testigos se quedaban helados, porque atinaba a un nivel que solo te cabía la posibilidad de que realmente estuviera viendo algo. Y yo siempre he sido escéptico, muy escéptico. En el libro, de hecho, cuento algunas cosas que a mí me han suscitado dudas y que me han hecho pensar que podría tratarse de algún fraude. Unas imágenes en concreto de un caso de Vitoria, y eso lo cuento abiertamente.

Javier Pérez Campos Immaturi Los Inocentes entrevista firma

El autor firmando su libro para El Resurgir de Madrid. / Bárbara Garrote-ERM

Hablando de este caso de Vitoria me suena que además está reflejado en la página del Ministerio del Interior, ¿no?

Efectivamente, el Ministerio del Interior recogió en su página web las declaraciones de trabajadores municipales de la Policía Local de Vitoria que, en el edificio de Hacienda, habían visto a un niño que correteaba, que jugaba y que se desvanecía en uno de los pasillos. Y eso había provocado que incluso algunos agentes de guardia hubieran salido del edificio en plena madrugada, sin atreverse a hacer guardias en el interior. Mucha gente había visto a este niño, le pusieron de nombre Andresito, ya desde los años 80, trabajadores incluso de los comercios cercanos, decían haber visto a Andresito. Yo pude entrevistar a uno de los policías que lo habían visto, conseguimos permiso para entrar. Pero hay algo que es realmente sospechoso. Hay unas imágenes en el año 2005, captadas por una cámara de seguridad del interior del recibidor de ese edificio de Hacienda, donde se ve a un niño muy claro, con una túnica que va arrastrando por el suelo y que lleva una especie del linternita dentro de la de la túnica. Yo estoy convencido de que eso debió ser una broma de imitación. Algo que se fue de madre un poco. Porque seguramente sería algo de uso interno, una broma que se quiso gastar un vigilante a otro, aquello trascendió y de pronto apareció en los medios de comunicación.

«El término ‘amigo invisible’ quizá tranquilice a los padres, porque pensar que tu hijo está viendo cosas es un poco estremecedor»

Volviendo a los niños, tú hablas de niños que se aparecen pero, ¿cuántas historias hay de niños que son capaces de ver cosas que los demás no vemos? Pero pasan los años y pierden esa sensibilidad, ¿no?

La psicología infantil le ha dado un nombre, el de ‘amigo invisible’, quizá también para tranquilizarnos a los padres, porque pensar que tu hijo está viendo cosas, pues es un poco estremecedor. Antes de los 6 años el cerebro del niño es un prodigio absoluto, se empiezan a crear esas estructuras neuronales, se producen esos chispazos mágicos de la sinapsis y muchos expertos del cerebro infantil hablan de que a partir de los 6 años se produce esa poda sináptica. Entonces, desaparecen ciertas conexiones y el cerebro del niño va perdiendo facultades, entre comillas. Por eso, algunos han intentado ver si quizá antes de los seis años el cerebro del niño, como esa máquina prodigiosa, es capaz de percibir cosas que los demás no podemos percibir. No lo sabemos, pero sí que sabemos que es verdad que los niños a veces nos sorprenden con estas cosas. En Immaturi: Los Inocentes, hablo de niños fantasma, pero hablo también de niños físicos, niños vivos, que han tenido encuentros sobrenaturales, y que a veces incluso los adultos han terminado por ser testigos también de esos fenómenos. Ya no hablamos de un amigo invisible que solo ve el niño, sino que los padres terminan viéndolo también.

«Los niños guardianes salen al paso de personas completamente perdidas, alentándoles a seguir adelante»

He leído también que hablas de niños guardianes, de niños un poco como ángeles de la guarda.

Sí, si lo piensas, en el fondo la imagen clásica del ángel de la guarda es como un querubín. Estos niños angelicales, con alas, que vienen a salvarnos. Hay una parte del libro que, no por casualidad, es la última. Como todo el libro es un poco oscuro, un viaje por casos que dan un poco de miedo, yo pretendía que, al final, cuando alguien terminara de leer el libro, pues se quedara un poco con una sensación de calma. Y, por eso, la última parte es sobre niños guardianes, y son casos de personas que, estando completamente perdidas, se han encontrado con la figura de un niño que les ha salido al paso y que les ha alentado a seguir adelante. Y yo creo que uno de los más desconocidos y que me ha impresionado especialmente, es el caso de Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El principito.

Una de las obras más icónicas, más leídas de la historia, está inspirada en un suceso real, que Antoine de Saint-Exupéry vive en el desierto del Sahara, cuando sufre un accidente con su avioneta en medio del desierto. Está perdido junto a su amigo André Prévot, y pasa unos días allí prácticamente sin comer y sin beber. En sus propias memorias, Exupéry dice que en esos días vivió alucinaciones auditivas y visuales. No especificaba muy bien cuáles, pero sí que habló en alguna ocasión de una voz infantil, que él interpretó como su ‘Yo’ infantil, que vivía dentro de él y que le alentaba y le ayudaba a seguir adelante. Fíjate, qué historia tan bonita. Cuando Antoine de Saint-Exupéry vuelve del desierto del Sahara, empieza a dibujar compulsivamente en carteles, en manuscritos, en manteles, incluso, la figura recurrente de un niño con el cabello rizado y con unas alas en su espalda; porque los primeros grabados y bocetos de El principito es un niño con alas.

Luego se las quitó.

Luego se las quitó y le dio unos pájaros con los que poder volar, dándonos esa ilustración clásica. Pero hemos conseguido el permiso, que es muy difícil conseguir permisos de ilustraciones de El principito, y esto es gracias al equipo de Planeta, hemos conseguido uno de esos primeros grabados de Antoine de Saint-Exupéry originales con las alas. 

¿Y viene en tu libro?

Viene en el libro. Es una ilustración que me emociona muchísimo tener. Es muy simbólica, aparece El principito con su bufanda y sus alas, una imagen muy desconocida. Y resulta que muchos amigos y familiares de Antoine de Saint-Exupéry decían que, cuando le preguntaban quién era este niño al que no paraba de dibujar, el respondía que era un hombrecillo al que debía gratitud. Y hablaba de él con mucho afecto, con mucho cariño, y terminó incluso llorando cuando escribió las últimas páginas de El principito, porque decía que esa historia le había conmocionado de alguna forma. Algunos de sus biógrafos han deslizado la posibilidad de que ese Principito, que después se convirtió en un personaje fundamental de la literatura internacional, hubiera sido también el niño guardián que le salvó de morir en el desierto.

Mi primera vez

«Mi historia es una historia circular, porque de niño quería ser un buscador de misterios, como Iker Jiménez»

Javier Pérez Campos Immaturi Los Inocentes entrevista sentado libro mano

Javier Pérez Campos lleva años investigando casos de misterio. / Bárbara Garrote- ERM

¿Cuál es el primer misterio que te fascina y te hace enamorarte de tu profesión?

Es una imagen muy bonita, porque es mi padre en el Paseo de la Castellana. Veníamos de Ciudad Real a pasar el día en Madrid, y pasando por la Casa de América, antiguo Palacio de Linares, mi padre me dijo: «¿Sabes que aquí en los años 90 se habló de unas voces extrañas que consiguieron captar?». Yo nunca había oído hablar ni de psicofonías ni nada.

Fue el grupo HEPTA, ¿no?

Sí, sí, fue además uno de esos casos míticos, que claro, yo nunca había escuchado hablar de esto de las psicofonías. Mi padre me habló de esas voces y yo recuerdo tener 8 años o así y pegar la oreja a los muros del Palacio de Linares para ver si podía escuchar algo. Ya estaba ahí mi curiosidad y mi interés por captar estas cosas tan extrañas. 

«Volver a casa con una grabadora llena de testimonios fue una sensación muy mágica»

Oye, y ¿recuerdas el primer tema sobre el que investigaste? 

Sí, el primer tema que investigué fue en Ciudad Real, porque además es mi ciudad, es lo que me pillaba más cerca, y precisamente allí hay un edificio, que es el rectorado de la universidad, que antiguamente fue un cuartel militar y que se utilizó como convento, donde hubo monjas. Me contaron los vigilantes de seguridad que allí habían visto a una monja que deambulaba por los pasillos, que las papeleras se movían solas, que aparecían en medio de la madrugada como si las desplazaran desde la pared hacia la mitad de los pasillos.

Yo me fui para allá, tendría 15 años. Me puse con mi grabadora a entrevistar a los testigos, a entrevistar a los vigilantes de seguridad, y al final terminé cayéndoles tan bien que me invitaron a pasar una noche en el interior del Rectorado. Allí hablé con gente de mantenimiento, con técnicos que incluso me contaban cómo les habían ocurrido algunas cosas.

De alguna forma, fue la primera vez en la que obtuve de manera directa testimonio de este tipo de fenómenos. Y la sensación que se me quedó fue muy mágica, el volver a casa con una grabadora llena de testimonios, llena de voces que me contaban estas cosas, con la cámara de fotos llena de imágenes… Fue la sensación de que no me estaba equivocando y de que yo quería investigar estas cosas.

«El libro ‘Enigmas sin resolver’ fue mi primer contacto con el que se convertiría en ídolo de mi infancia»

¿Hay algún personaje que fuera tu ídolo? Que lo vieras y quisieras hacer lo mismo y seguir esta estela.

Pues es muy mágico. Hablábamos antes de las historias circulares y esta es también una historia circular, porque yo con 12 años, en casa de mi tío Agustín, descubrí un libro de pastas blancas que él tiene en su biblioteca y que me fascina. No paraba de hojearlo una y otra vez, hay una historia del cuerpo de una persona extraña, desconocida, que ha sido arrollada por un tren; la historia de una niña que fue sometida a exorcismos; la torre maldita de un pueblo llamado Ochate, en Álava…

Creo que sé por dónde vas, tengo ese libro.

El libro de pastas blancas, ¿no? Con la Torre de Ochate en la portada.

Sí señor.

Enigmas sin resolver, de Iker Jiménez. Yo tenía 12 años, no le conocía de nada. En ese momento él hacía Milenio 3, el programa de radio. Yo no lo sabía, yo solo descubrí ese libro. Esas Navidades mi tío, que ve que siempre me fijo en ese libro, me regala por Navidad la segunda parte de Enigmas sin resolver. Y de alguna manera es mi primer contacto con un ídolo, que se convertiría en ídolo de mi infancia, porque claro, descubrir que hay un periodista que se dedica a investigar estos fenómenos, que va por España entrevistándose con la gente y que vive de ello es una cosa que, claro, demostraba que te podías dedicar a eso. Yo de niño quería ser cazatornados, pero en España por aquel entonces no teníamos tornados [ríe]. Así que era imposible, y cuando descubrí este libro yo dije: «quiero ser un buscador de misterios como este Iker Jiménez». Y fíjate qué bonito, qué mágico, que ahora hemos terminado formando parte de ese equipo.

«En mi primer viaje como reportero tengo que reconocer que tuve que salir por patas de allí»

¿El primer lugar al que viajaste como reportero hecho y derecho?

Pues seguramente uno de los primeros, porque ya me cuesta recordar exactamente cuál fue el primero, pero uno de los primeros que me impresionaron fue uno que me mandó el propio Iker. Cuando ya empezaba a trabajar en el equipo pasé un tiempo formando parte de la hemeroteca, no era reportero, pero al cabo de un año y medio aproximadamente sale la posibilidad de hacer reportajes. Y él me propone que me vaya a Rocas Altas, en Ibiza. Es el punto más alto de la isla, donde en el año 72 se produjo un accidente aéreo. Un avión de Iberia chocó contra la montaña y murió todo el mundo. Y algunas personas que habían ido allí a hacer acampada decían que habían tenido que marcharse, que habían salido de allí en plena madrugada porque escuchaban gritos. Escuchaban, digamos, como golpazos de manos en la tienda de campaña. Y eso les dio tanto miedo que llegaron a marcharse varias personas. Yo entrevisté directamente a los que habían huido de allí, y ese fue el primer lugar.

Yo entrevisté allí, por ejemplo, a Nito Verdera, un periodista que fue el primero que llegó cuando se produjo el accidente, y que me contaba cosas tremendas sobre las imágenes que vio allí, y que luego se me quedaron grabadas. Y yo tengo que reconocer que tuve que salir por patas de allí, porque subí al Memorial por primera vez después de escuchar todas esas historias, subo solo al memorial a grabar unos recursos con mi cámara, llegué a ese lugar en medio de la montaña, con una enorme placa con los nombres de las víctimas con un mensaje que dice: «La vida no termina, se transforma». Tuve que andar, además, 200 metros, bosque a través, desde que dejas el coche hasta que llegas al Memorial. Y verme allí totalmente solo, en un lugar donde decían que no cantaban los pájaros, porque parecía un lugar muerto. Y he de reconocer que yo tuve la sensación de que allí había un silencio antinatural. En la noche, en un bosque, lo lógico es escuchar animales, escuchar grillos… Allí no se escuchaba absolutamente nada, había una quietud total y yo c. Me tuve que marchar de allí.

«En los aislamientos hay que hacerse el valiente, uno tiene también cierta dignidad y procura aparentar»

Seguramente has vivido un montón de experiencias, te he visto hacer muchos aislamientos y muchas veces digo «ostras, tiene que estar, con perdón, cagado de miedo». Tiene que ser difícil controlar ese miedo.

Sí, pero uno tiene también cierta dignidad y procura aparentar, hay que hacerse el valiente [ríe]. Hay casos en los que cuesta más que en otros. Hay un caso que yo recojo en el libro, en Immaturi: Los Inocentes, que es precisamente el que hablamos del fantasma de Andresito. Nos dieron un permiso para pasar la noche en el antiguo Palacio de Justicia, que tenía agujeros en el suelo, los huecos de los ascensores, en fin, era un lugar peligroso. Y, a las 2 de la madrugada, yo me meto dentro del edificio a solas y cierran la puerta por fuera. Con una linterna voy por ahí, por el edificio, bajo al sótano, con unos pasillos eternos, y llega un momento en el que yo pienso para mí, “¿qué pinto yo aquí? que me puedo caer por un agujero, que lo menos que me puede pasar es que se me aparezca el pequeño Andresito, pero es que si se me aparece además voy a echar a correr”. Y también es de esos sitios que abandoné muy rápido, antes de lo esperado. Estuve media hora o así y después me marché.

¿La primera película relacionada con el misterio que te marca? 

Pues fíjate, yo creo que quizá por la prohibición de la película, Drácula de Bram Stoker, que es una obra maestra de Coppola. A mí me encantaba, me fascinaba el personaje de Drácula. Leí la novela a muy corta edad, a los ocho años o así. Además tengo un recuerdo, que es que en una parte de la novela Jonathan Harker está encerrado en el castillo y se encuentra por primera vez con las vampiresas. Recuerdo perfectamente que eran las 8 de la tarde, mis padres estaban preparando la cena y mi padre, cortando jamón, se pegó un tajo en el dedo y empezó a sangrar. Y yo veo toda la sangre ahí, en el suelo, mientras estaba leyendo cómo Drácula quería chuparle la sangre al pobre Jonathan Harker [ríe]. Y claro, a mí se me quedó esa escena. Y digamos que esto tiene que ver con la fascinación que nos genera lo que a la vez nos produce rechazo. De alguna manera, la película de Coppola de Drácula se convirtió en un elemento prohibido, porque mis padres la vieron antes que yo y me decían que era una película un poco fuertecita para un niño.

Claro, te iba a decir que la parte de las vampiresas no daba tanto miedo [risas].

No, no, las vampiresas no daban tanto miedo, en la película no. Mis padres la tenían, pero la escondían. Y cuando mis padres se iban de casa a hacer la compra y ya me dejaban a mí solo en casa pues yo cogía y aprovechaba para verla a trozos.

«El ser consciente de la suerte que tenemos, en circunstancias normales evidentemente, es algo que siempre está en mis libros»

De todas las experiencias que has tenido, que has tenido un montón, ¿hay alguna que para ti haya sido especialmente satisfactoria porque has conseguido esclarecer parte del misterio?

Bueno, uno de los casos más impactantes a nivel personal fue la investigación que hice sobre el camping Los Alfaques, en Tarragona, en San Carlos de la Rápita. En los años 70 se produce allí, a las puertas del camping, la explosión de un camión cisterna, que hace que las temperaturas superen los 1.000 grados y que gente queda absolutamente carbonizada. Fue una tragedia horrible, murieron más de 210 personas.

Y allí encuentro historias como la de un niño, que llamaron ‘el niño del polo’, que se salvó milagrosamente. Decían las crónicas que era un niño que, si la explosión se produjo a las 15:02 de la tarde, pues a las 15:00 en punto le dice a sus papás que se va a comprar un helado a la recepción del hotel. Se marcha y, precisamente cuando él está en la recepción del hotel, se produce la explosión del camión cisterna, y él se salva porque hay una especie de línea de cortafuegos, en la que no se sabe muy bien por qué ya no avanza la explosión y él se salva. Pierde sin embargo allí a sus padres y a su hermana.

Imagínate a nivel personal conocer la historia de este hombre al que yo termino localizando. Él nunca había vuelto al camping Los Alfaques desde entonces y yo le convenzo para volver conmigo a los Alfaques. Y todo eso lo cuento en el libro Los ecos de la tragedia, que se convierte en una aventura de investigación. Primero de un misterio, porque mucha gente dice que pasando con el coche por la Nacional 340, muy cerca de la tapia de los Alfaques, han visto figuras con el rostro carbonizado, casi como un recuerdo de lo que sucedió allí. Y, por otro lado, hago una investigación más humana sobre lo que vivieron las personas que estuvieron allí. Para mí volver allí con este hombre, con ‘el niño del polo’ fue muy impactante. De alguna manera es algo que siempre está en mis libros, que es el ser consciente de la suerte que tenemos, en circunstancias normales, evidentemente.

«Cuando persigues estas cosas lo lógico es que nunca pase nada»

¿Y un recuerdo en el que fueras a investigar algo y te llevaras una gran decepción?

A veces nos ocurre, y no te puedes dejar llevar tampoco por el abatimiento, que cuando persigues estas cosas lo lógico es que nunca pase nada. Yo tuve una experiencia muy bestia, una de mis primeras investigaciones es la de Belchite, y yo allí tuve una experiencia muy, muy chocante, que es el encuentro con lo que todos diríamos que es un fantasma, que fue una sombra en un lugar donde no había absolutamente nadie, y que después se desvaneció. Cuando llega el equipo con las cámaras, con los focos, entran en la iglesia de San Agustín, donde yo estaba solo, a las dos de la madrugada, y aquello se desvanece. Imagínate, esa es mi primera investigación. Y yo pienso, “si todo va a ser así”, porque claro, menuda intensidad. Y lo que ocurre es todo lo contrario, yo tuve mucha suerte ese día porque lo que ocurrió no se ha vuelto a repetir nunca. Te puedes dejar llevar por el abatimiento, pero tienes que ser consciente en el fondo de que tu labor es excepcional y que lo lógico es que no pase nada.

A mí me recuerda mucho mi labor a un relato que me encanta, de Gustavo Adolfo Bécquer, que se llama El rayo de luna, que es la historia de un hombre que se enamora de una mujer vestida de blanco, que se aparece entre los árboles algunas noches del mes, y que él sale a buscarla ansioso, la persigue y la busca por todas partes. Y, al final, un día que se acerca demasiado a ella y casi está a punto de hablarle, se da cuenta de que esa mujer con un vestido vaporoso es, en realidad, un rayo de luna, que él ha estado persiguiendo con ahínco un rayo de luna. Y es muy bonito, porque es un relato romántico que viene a decir algo así como que pasamos la vida persiguiendo rayos de luna para terminar decepcionados, descubriendo la realidad de las cosas. 

Bueno, pero lo bonito es la persecución en sí misma.

Claro, yo creo que el rayo de luna es el misterio en sí, ¿no? Y que es algo intangible, algo inalcanzable, y que precisamente es un buen motor que te activa para salir a buscarle algunas noches del mes, como ocurría en este caso.

Javier Pérez Campos Immaturi Los Inocentes entrevista tazas

Pérez Campos junto a Carlos Echeguren (El Resurgir) tras la grabación del podcast. / Bárbara Garrote-ERM

Las doce campanadas

¿El sitio más bonito de Madrid? Bueno, uno de los más misteriosos es ese Palacio de Linares, la Casa de América, que además poca gente sabe que puede visitarse. Hace visitas guiadas que te explican la historia del palacio, y es una auténtica joya en pleno corazón de Madrid. Ahí uno puede encontrarse salas como el salón de té, que está inspirado en la decoración de la China de hace dos siglos. Es absolutamente increíble que en pleno corazón de Madrid te puedas encontrar algo así. Hay un salón de los espejos, hay zonas inspiradas en Versalles, y hay también una historia misteriosa, que es la de la niña que decían que se aparecía en el Palacio de Linares, una historia digna de fantasmas pero que, en el fondo, es un elemento más para interesarnos por este palacio, que es maravilloso.

¿Una tarde cultural en…? Me encanta el Museo del Prado y me encanta el Museo Reina Sofía, y combinarlos ambos es una experiencia muy interesante. Evidentemente no verlo todo, elegir algunas obras, pero hay una parte de la obra de Solana, por ejemplo, que está en el Museo Reina Sofía, que me parece muy interesante. Evidentemente El Guernica, y luego por ejemplo la obra de Velázquez, en el Museo del Prado; Goya, por supuesto, la parte oscura. Que además está en una zona del museo muy especial, y yo recuerdo que, cuando llegué a Madrid, una de las primeras cosas que hacía era irme un rato por las tardes al Museo del Prado y ver las obras de El Bosco. No somos conscientes de la suerte que tenemos de tener un museo como este tan cerca.

¿Un lugar para comer bien? Yo era muy fan de Yakitoro, de Chicote. Me encantaba porque además es un sitio que me pillaba muy de paso, yo vivía muy cerca de Gran Vía y me encantaba. Pero fíjate, a mí me encanta la comida india y hay un lugar sencillo, que tiene unos menús del día muy buenos. Está por Marqués de Cubas, creo que es que es el Taj, un restaurante llevado por una familia india, y donde parte del equipo de Cuarto Milenio muchas veces nos ha gustado juntarnos a hacer reuniones y degustar un poco de pollo con unas salsas picantes que hacen allí, la más picante que haya probado nunca.

¿Plato, alimento o producto madrileño que te guste más? El cocido, el cocido madrileño es una cosa que me encanta. Además, yo soy muy fan en general de los cocidos, y en España tenemos una cantidad enorme de tipos de cocido. Recuerdo, por ejemplo, cuando me llevaron por primera vez a comer un cocido al Charolés, en San Lorenzo de El Escorial, que era espectacular, y es uno de esos cocidos que se te quedan para siempre ahí.

¿Te has comido alguna vez las uvas en la Puerta del Sol? No, me agobia mucho la gente. Lo que sí que he llegado a tomar, aunque no era exactamente el día 31, era en la Nochevieja Universitaria, esto que hacían, que era una especie de protocolo, que un mes antes ponían a prueba el reloj de la Puerta del Sol y los estudiantes íbamos allí a tomarnos las uvas. Ahí sí, ahí sí me las he tomado.

Algún sitio que recomiendes para ir de fiesta. Yo iba a Kapital. Para un niño que viene de Ciudad Real, encontrarte una discoteca como esa, pues es una gozada. También salí mucho por Ciudad Universitaria y todo eso, pero luego a partir de segundo de carrera ya dejé de salir por ahí.

¿Has bailado alguna vez un chotis? No que yo recuerde, pero no podría jurarlo [ríe].

¿Cibeles, Neptuno u otra fuente para celebrar? Bueno, me encanta Cibeles como un emblema, porque mi familia es madridista y yo soy madridista, casi por vocación familiar, pero no soy muy futbolero.

¿Sitio poco conocido de Madrid al que llevarías a un amigo? Quizá a alguna de las librerías de viejo.

¿Una canción que te recuerde a Madrid? Bueno, las míticas de Sabina, Pongamos que hablo de Madrid. Amaral tiene otra canción sobre Madrid, que era muy bonita.  Ahora que vivo en Ciudad Real, cada vez que vengo a Madrid me reconcilio un poco con la ciudad, porque es verdad que yo vivía además en todo el centro. En épocas de Navidad hay mucha gente y yo vivía un poco agobiado, pero cuando vuelvo a Madrid me maravillo con ese centro y con esa Gran Vía.

Una anécdota de esas que dices, esto solo me puede pasar en Madrid? Bueno, muchas, pero la más impactante fue cuando vine a estudiar a Madrid periodismo. Estuve a punto de marcharme porque estaba en un colegio mayor donde hacían unas novatadas muy heavys. Es un colegio mayor que ha salido hace poco en las noticias y que se ha hecho muy famoso. Yo no aguantaba bien las novatadas, llevé muy mal la adaptación y estaba a punto de irme. Cogí los billetes de tren para irme a Ciudad Real, dejar la carrera de Periodismo y estudiar económicas. Y bueno, salí un jueves a despedirme de la ciudad diciendo “esta ciudad ha podido conmigo, adiós, voy a despedirme”, iba camino de la Fnac de Callao, que es un sitio donde me he resguardado muchas veces en esos días de las novatadas. Yo me iba el viernes y, de pronto, el jueves de antes, cruzando un paso de cebra hacia Callao, me crucé con Iker Jiménez y Carmen Porter. Yo tenía 18 o 19 años y estaba en Madrid porque quería estudiar periodismo porque quería hacer lo que había hecho este héroe de mi infancia, y me lo encuentro ahí. Ya nos conocíamos un poco, no trabajábamos juntos ni nada, pero nos conocíamos un poco, y él me preguntó cómo estaba, los dos fueron super amables. Yo no les conté nada, evidentemente, les dije que estaba bien, que estaba adaptándome un poco a la ciudad. Y ellos dijeron que teníamos que vernos, nos despedimos con un abrazo, cada uno siguió en una dirección, y para mí eso fue la señal de que yo tenía que quedarme a estudiar periodismo. A lo mejor hoy no estaría yo aquí, pero fruto de ese encuentro en un lugar mágico, como es la plaza de Callao, me cambió la vida por completo.

¿Qué tiene Madrid que no tiene otra ciudad? Para mí Madrid lo tiene todo, es una ciudad preciosa. Es una ciudad que tiene vida prácticamente a cualquier hora del día, y una de las cosas que a mí me encanta de Madrid es cuando salías de trabajar a las 6 de la tarde y había una vida excepcional, incluso para salir a tomar algo un rato un martes. O un domingo, la vida de tranquilidad de los domingos. Tiene tantas cosas que siempre hay algo que hacer.

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CARLOS ECHEGUREN CONDE

El Resurgir de Madrid

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CARLOS ECHEGUREN CONDE

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